BY Andrea Terceros Hans
Desde hace algunas décadas atrás los movimientos feministas y las personas jóvenes vienen impulsando enfoques interseccionales que nos permitan mirar más allá de los privilegios personales para entender que las injusticias e inequidades no son las mismas para todas las personas, y en particular, para todas las mujeres y cuerpos feminizados.
Estas interseccionalidades están habitadas por nuestras diferencias socioeconómicas y hasta demográficas, incluidas la intergeneracional que -quizás junto con el enfoque de interculturalidad son de los de más larga data – demandan mirar más allá de la vivencia adultocéntrica para no sólo incluir a las jóvenes, sino germinar nuevos aprendizajes, espacios, debates, análisis, ideas que incluyan el punto de vista de ellas permitiendo la expansión del pensamiento feminista reconociendo-nos en esa diversidad, sobre todo porque quizás es de las pocas categorías por la que todas atravesamos en la vida: todas un día fuimos jóvenes.
Es así que, la demanda de las personas jóvenes se hizo escuchar y empezaron a surgir cada vez más espacios en los feminismos donde fueron integradas y en algunos, lastimosamente, solo incluidas. Las personas jóvenes empezaron a gestar sus propios espacios o abrirse campo en los ya conformados logrando ser integradas efectivamente pero, en algunos casos, cuando lo interseccional traspasó las fronteras de las organizaciones feministas de base y se convirtió en parte de la agenda de desarrollo a nivel mundial, especialmente de agencias y financiadoras se tradujo en una especia de “cupos”.
Algunas de estas grandes instituciones, como parte de sus políticas para asegurar que se tomaban en cuenta a las personas jóvenes empezaron a estipular que las instituciones que recibían su financiamiento -muchas de ellas más antiguas que el chuño1, como diríamos en la parte andina de Bolivia- debían tener un cupo mínimo de personas jóvenes en sus listas de integrantes, en el trabajo que realizaban y/o en cargos de toma de decisión.
Así es que en muchos casos ha sido evidente el cambio de protagonistas pero esto no necesariamente se ha visto reflejado en los enfoques de trabajo o en la toma de decisiones. Aún se sigue cuestionando el quehacer de la gente joven atribuyendo que esas son acciones “antes vistas” o, en otros casos, exigiéndoles reconocimiento a aquellas que “abrieron camino” para que estas nuevas generaciones puedan “estar donde están”, apropiándose de los discursos de estas jóvenes en espacios más grandes para ellas tener el reconocimiento o, lo peor, bajándoles línea de lo que deben decir y hacer en ciertos espacios para seguir garantizando sus financiamientos, sin poner atención ni escucha a las voces verdaderamente jóvenes.. En pocas palabras, replicando prácticas patriarcales que cuestionamos día a día desde todos los movimientos feministas.
Es por eso que, entre otras cosas, el concepto de sororidad nos sale debiendo y llega a ser dañino porque invisibiliza estas intersecciones y atenúa este tipo de acciones solo por el hecho de ser mujeres. Que el esencialismo biologicista deje de ser esta trampa que nos impide ver y cuestionarnos entre mujeres y personas AFAN2 y la miopía selectiva adultocentrista deje de ser el potenciador y replicador de caudillismos e idolatrías al interior de los movimientos feministas para que las juventudes, al igual que otras muchas poblaciones, dejen de ser sólo un cupo y sean actoras centrales de sus agendas, con voz propia, autónoma y reconocidas de sus propios procesos.
INTERGENERATIONALITY OR QUOTAS FOR YOUNG PEOPLE
For decades now, feminist movements and young people have been promoting intersectional approaches that allow us to look beyond personal privileges to understand that injustices and inequalities are not the same for all people, and in particular, for women and feminized bodies. These intersectionalities are inhabited by our socioeconomic and even demographic differences, including the intergenerational one that – perhaps together with the intercultural approach, are among the longest-standing – demands to look beyond the adult-centric experience to not only include young people but also to germinate new learning, spaces, debates, analysis, ideas that include their point of view. This allows the expansion of feminist thought, recognizing ourselves in that diversity, especially because perhaps it is one of the few categories that we all go through in life: we were all young one day.
Thus, the demand of young people was heard and more spaces began to emerge in feminisms where they were integrated and in some, unfortunately, only included. Young people began creating their own spaces or open up spaces in those already formed, managing to be effectively integrated but, in some cases, when intersectionality crossed the borders of grassroots feminist organizations and became part of the global development agenda, especially from agencies and funders, it translated into “quotas”.
Some of these large institutions, as part of their policies to ensure that young people were taken into account, began to stipulate that the institutions that received their funding – many of them older than the chuño3, as we would say in the Andean part of Bolivia – had to have a minimum quota of young people on their membership lists, in the work they did and/or in decision-making positions.
So in many cases, the change of protagonists has been evident but this has not necessarily been reflected in work approaches or decision making. The work of young people is still questioned saying that these are actions seen before or, in other cases, demanding recognition from those who “paved the way” so that these new generations, now protagonists in their own right, can “be where they are”. Or simply taking credit for the speeches of these young women in larger spaces or, worse, lowering the parameter of what they should say and do in certain spaces to continue guaranteeing their financing, without paying attention or truly listening to young voices. In short, replicating patriarchal practices that we question every day from all feminist movements.
That is why, among other things, the concept of sisterhood is inappropriate and becomes harmful because it makes these intersections invisible and attenuates these types of actions just because we are women. May biological essentialism stop being this trap that prevents us from seeing and questioning women and people assigned female at birth. May adult-centered, selective myopia stop being the enhancer of caudillismos4 and idolatries within feminism so that youth, like many other populations, are not relegated to just a quota and become central actors in their agendas, with their own voice, autonomous and recognized for their own processes.
- Chuño: https://es.wikipedia.org/wiki/Chu%C3%B1o
- Asignadas femenino al nacer
- chuño refers to a dehydrated potato that is part of the traditional meals in the Andean zone:https://es.wikipedia.org/wiki/Chu%C3%B1o
- Caudillismo refers to a political system in which power is concentrated in the hands of a single leader, or ‘caudillo’, who is often a strong and charismatic personality. This person tends to lead processes thanks to his or her great popularity, which often leads to authoritarianism rather than horizontal and/or collaborative leadership, which can overshadow institutions, collectivities or democratic processes.